Me gusta recordar su voz
y su sonrisa.
Aunque a veces no sepa
si acercarme.
Casi a gatas,
de puntillas,
camino sola
llevada hacia la noche
que atraviesa mis tejidos.
Los que neblinosos velan siempre
-apretujados cuando el frío llega,
cuando las borrascas azotan-
pasajeros-navegantes
que conocen a quien boga en mí,
saben de lo que se cuece en mis entrañas,
lo que las retuerce y entibia,
sus sueños-sus anhelos.
A veces parece que nada late,
que el huésped silencioso
nunca estuvo aquí
(mera engañifa de la razón)
pero basta que en un pestañeo
su sombra se dibuje un instante
para que en el bosque de los días
sienta de nuevo su mano
tendida hacia mí
para que no me pierda.
Y entonces soy yo quien sabe
que una caricia suya bastaría para callarme.
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... y el camino sigue, hacia el fondo
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