Entre los ídolos escondidos detrás de la cortina, el tiempo sin costuras construye un relicario con las hieles de tus labios, los suspiros de tu pecho y la apretada rosa de tus días. Por dónde entrará esta vez el desierto, la estrofa huérfana de la culpa que escarba entre tus párpados para sembrar desorden. En carne viva, salobre, deliberadamente en vilo, recibes los juicios que te asocian a estados de ánimo cercanos a la locura. Benditos sean quienes descubran tu intento de sentir más allá de las circunstancias, la evidencia ingrata de quien no confía en la equidad de la balanza.
Del libro "A VECES, CUANDO LLUEVE, NOS LLEGA EL OLOR DE LA SAL"