Y aquella mañana fuimos a nadar.
Aquel río,
al que se llegaba tras el pasillo umbrío de chopos
donde resonaban fuertes nuestras infantiles risas,
era nuestro paraíso.
Acuáticos querubines que saltaban a la poza,
donde soñadores emular las proezas
de los buscadores de perlas que salían en las películas.
Ahora, en nuestras manos,
un manojo de algas o un puñado de guijarros,
tesoro fantástico para coleccionar.
Y sentir el cuerpo pleno, fervoroso hasta la fibra.
La desnudez de nuestros miembros
iluminando la cúpula de luz que remata la ribera.
Las márgenes del río que nos acogen después para secarnos al sol.
Hasta las telas del alma amodorradas, acunados todos
por un sueño luminoso que nos embebe y nos transporta.
Palpando el paso del tiempo
con los músculos que flojean rendidos al reposo, mansos.
Los días claros.
Ritual vivo de manes
que nos desposan.
(De mi poemario inédito "IMAGINARIO DE LA INFANCIA")
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Muy bonito Raquel, y en general todo el blog.
ResponderEliminarAbrazos