lunes, 18 de enero de 2010

ALÉJALO

Aleja ese sentimiento. Mándalo lejos de ti. Tú sabes que te hace daño. Que si dejas que eche raíces, puede pudrirte, despedazar tu isla, el espacio interior que te construyes para poder sobrevivir. Nada alienta más a los malos sentimientos que el dejarlos flotar libres, el observar sin hacer nada.
Si la ira resuella en tu nuca, peregrina busca alojarse en ti, hacerse nódulo, tensar tus cuerdas... ¡Cuidado! Las fosforescencias con las que se adorna serpean dentro y te empujan, te impulsan a romperte. Estás a un paso del basural, de dejarte llevar por la tolvanera de lava en la que beben las pirañas. Si la deflagración se produce, te hundirás.
Si es la tristeza quien avanza secreta, como araña que teje en el rincón su red, es su materia de sombra la que debes ahuyentar, subirte a su grupa para lanzarle el dardo mortal que acabe con su filtración en tí.
El abatimiento baja a veces por tu garganta y se hace río, corriente continua, porque el día hoy pintaba gris y una duda, un escalofrío, una ausencia... provocan ese reguero turbulento que se instala en arterias y poros y que te devora, aliado de los demonios de tus noches insomnes, de los que hincan los dientes afilados en tu costillar y no sueltan. Maullarás entonces para abrir brecha en el vacío, esparcirás pétalos sobre el fondo túrbido para no permitir que te inmovilice.
Corazón de rodio que soporte los ácidos, la morosidad de la existencia de esos momentos en que las áspides desean acanalar tu alma. Doble reserva de energía para cuando no quieres mirar. Tiempo granular, recordatorio sonoro de que todo pasa, también el hoy, también el ahora, troquelado, descuartizado o seductor...
Catalizar sus reflejos es -a veces- la mejor opción para seguir.

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