martes, 6 de julio de 2010

Cuando el hambre aprieta...

"-La ilusión no se come -dijo ella -No se come, pero alimenta -replicó el coronel."
Fragmento de "El coronel no tiene quién le escriba" de Gabriel García Márquez.

Tiene la potestad de alimentarte y en su obstinación refleja un mundo que no deja cobijo a las sombras, colorea los menesteres diarios, procura agrado a pesar de que te desvela, reaparece cuando menos te la esperas, tras una palabra, una voz, una caricia...
Sabes que siempre estaba ahí, tras tu silueta, la que disciplinadamente ven de ti quienes se te acercan, aunque no siempre es fácil darle caza. Tantas veces siendo esfinge, que ahora no sabes casi glorificar su llegada, hacerle los honores, darle la bienvenida que se merece.
También sabes que se asusta fácilmente, que igual que como semilla germina y crece lentamente, hay hielos, púas y metales que dispersan su sustancia con la misma sencillez con la que soplamos una mota de polvo y ésta parece desaparecer.
¿De qué materia estarán hechas las cosas importantes? ¿A qué oculta química o alquimia responden? No siguen leyes humanas por más que sus efectos y consecuencias agiten nuestras conciencias, nos sacudan, estremezcan o desplomen.
¿Quién se atreve a seguir la trayectoria de un beso? ¿Qué extraña hipérbole dibuja la línea de la felicidad? La secuencia exacta de átomos que se desplazan desde el comienzo del universo para hacernos llegar un momento de plenitud no sigue reglas estrictas y se descompone con la misma facilidad con la que desbaratamos un castillo de naipes.
O sí, o hay un orden dentro del caos que nos impulsa y en el que podemos perdernos y hallarnos, vidas dentro de una vida, habitaciones innúmeras en la casa que nos cobija, el mundo-estancia, el útero-madriguera-selva en el que cada uno tiene su sitio aunque a veces, por más que lo busques, no lo encuentras.
Sin manual de instrucciones es fácil perderse, convulsos expansionarnos sin rumbo o pudrirnos en un rincón.
Los grillos despliegan su canto, los árboles nos ceden sus hojas, pero no avanzamos mucho más, no alcanzamos a desvelar el secreto, vamos a trompicones por la senda, cayendo y levantando ...
Por eso, cuando el sol de la ilusión caldea un poco nuestros huesos doloridos sentimos nacernos el fulgor, el deseo de mudar la piel, de batirnos frenéticos en el abrazo que nos parta, -que nos aglutine y disuelva- todo en uno. Ardimiento, marasmo denso que te arrulle y astille, y atragantarnos con su música y dejarnos ir así. Si se pudiera...

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