miércoles, 4 de noviembre de 2009

Del tiempo y sus cauces

No existe el tiempo.
No tenemos tiempo o el tiempo que tenemos a veces no nos basta para vivir lo que queremos.
Quizás todo sea más sencillo.
El tiempo se forma con lo que hacemos, como un guiso al que vamos añadiendo los ingredientes precisos y en el que todo cuenta, incluso la sonrisa que ese día nos hayamos puesto, la pizca de rencor en el aire o el temblor producido por una música que algún día escuchamos y que hoy se repite renovada, implacable, pidiendo su momento para ser, para que dejemos todo y corramos en pos de esa pluma leve en que a veces consisten los recuerdos.
El aquí y ahora se configuran con cada paso, con cada mordida al aire, aunque absortos a veces vayamos de puntillas sin percibir la finitud de las olas, la caricia del paisaje, el batir de alas que nos trae el viento. Y un simple gesto puede redimirnos, salvarnos del furor de las horas que quieren devorarnos, que nos roban la luz, el ser plenos ...
Ya no es posible -se diría- pero esa medida no existe. Aplazado queda el momento de contar, de agarrarse a lo tangible, de tener los pies en la tierra. El hábito de calcular sea abolido; sólo correr en pos de la quimera es válido aún.
Antes de que sea DEMASIADO TARDE.

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